Salí de casa tan rápido como pude; llevaba el morral y mi vestimenta deportiva, iba a caminar y ejercitarme en aquel parque con su gran lago.
Al llegar vi pocas personas, los primeros en recibirme eran los patos en busca del alimento que siempre les llevaba, disfrutaba viéndolos correr apresuradamente hacia mi por su alimento, me senté con ellos en la grama para estar cerca y hacerlos de confianza.
De repente el cielo se hizo mas claro, como si el sol estuviera mas cerca de la tierra, para mi fue un bello regalo de la naturaleza, a penas mirando surgió de inmediato una lluvia de hojas amarillas que lleno mi cuerpo, la grama, a los patos y algunas cayeron al lago.
Maravilla por ese esplendor alce la vista al campo galáctico y la sonrisa se presentó de inmediato, eran las guacamayas que en su alborotar desprendían las hojas del araguaney hasta esparcirlas por el aire como plumitas de aves y en algarabía habían separado ramas, lo que dejaba ver la entrada del sol.
Que extraordinaria mañana, entre verdes, blancos y amarillos llenaba mi vida de juventud, amor e infinito placer.
Hace un año que no voy, ahora vivo en la ciudad alemana de Jena, rodeada de montañas, acantilados y bosques todo hermoso, pero nunca veo un araguaney y mucho menos las guacamayas
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