Recuerdo la calle de tu casa, mis pies y las cholas entre la arena y agua de mar, tu perro Samurái corriendo a encontrarme con su olfato tan afinado, cuando el almuerzo te llevaba, tenia 14 años y la ilusión virgen e intacta de una adolescente.
Tú, padre en la choza que acondicionaste para abstraerte del mundo, entre lienzos, pinceles y colores múltiples, vivías tu con la naturaleza marina y Samurái.
Yo llevaba siempre el almuerzo que te preparaba, sabia que no tendrías mas horas que para tus colores.
Ahora, tengo 46 años, recorro tu marina, los colores azul, blanco, naranja y gris, ya no esta tu choza y mucho menos Samurái, como tampoco estas, tú amado padre mio.
Quisiste hacerme como tu, de colores e imaginación de imágenes, no se pudo, me gustaba ver todo y escribirlo, tu tarea era muy difícil para mi.
Tantos colores como los difumino? Nunca pude, en cambio las palabras se abrazaban a mi lápiz y perseguían mis pasos para expresar todo lo que tu no veías sino en colores.
Estas en ese paisaje que ahora admiro, en mis recuerdos, las letras que me guían y en todos los Samurái que siempre acaricio por tus calles.
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