lunes, 26 de junio de 2017

Los billetes en el suelo

Cuando el pago del bono de alimentación se hacia por cesta ticket, un obrero de la Universidad donde trabaje, me vendía sus ticket porque necesitaba el dinero, se los pagaba al valor exacto.

Siempre hacíamos el canje, yo sentía que ayudaba al necesitado, pero un día este Sr. me hizo una trampa para salir beneficiado a costa de mi bondad (culpa del nombre con el que me registraron que indica mujer ciega), me pidió el dinero y no me entrego la cantidad equivalente en cestas ticket a pesar de mi reclamo, hizo que tenia razón, lo deje hasta allí.

A la hora del almuerzo salí, y de regreso pensaba en el hecho, no era el dinero, sino la viveza y caer una por tonta, hice el recorrido por el camino mas largo y solo, de repente tropiezo con algo, miro al suelo y veo una cantidad de billetes envueltos, los tomo, veo alrededor, nadie, regreso a la oficina

Voy a mi cubículo revisó los billetes y ascendían en total a mas de tres veces la pérdida de los cesta ticket


Samurai

Recuerdo la calle de tu casa, mis pies y las cholas entre la arena y agua de mar, tu perro Samurái corriendo a encontrarme con su olfato tan afinado, cuando el almuerzo te llevaba, tenia 14 años y la ilusión virgen e intacta de una adolescente.
Tú, padre en la choza que acondicionaste para abstraerte del mundo, entre lienzos, pinceles y colores múltiples, vivías tu con la naturaleza marina y Samurái.
Yo llevaba siempre el almuerzo que te preparaba, sabia que no tendrías mas horas que para tus colores.
Ahora, tengo 46 años, recorro tu marina, los colores azul, blanco, naranja y gris, ya no esta tu choza y mucho menos Samurái, como tampoco estas, tú amado padre mio.

Quisiste hacerme como tu, de colores e imaginación de imágenes, no se pudo, me gustaba ver todo y escribirlo, tu tarea era muy difícil para mi.
Tantos colores como los difumino? Nunca pude, en cambio las palabras se abrazaban a mi lápiz y perseguían mis pasos para expresar todo lo que tu no veías sino en colores.
Estas en ese paisaje que ahora admiro, en mis recuerdos, las letras que me guían y en todos los Samurái que siempre acaricio por tus calles.

jueves, 1 de junio de 2017

La ladrona de cerezas

El siempre le hablaba de su bosque de cerezos, de los pajaritos que allí habitaban, las matas que rodeaban el bosque, la inmensa vegetación verde oscura, el cielo azul claro desprovistos de nubes, la tierra húmeda producto del río que a metros corría.


Seguramente ese hermoso bosque verdirojo azul lo ataba a ese pueblo, de pocas casas, el taller de carros donde trabajaba, un incipiente local de ventas de alimentos y el bar donde todos los hombres iban desde el viernes a beber y botar el dinero, que difícilmente conseguían durante la semana, en cualquier labor.

Ella soñaba con el bosque y entrar al paraíso de los cerezos, vivir la pasión de la naturaleza; saciarse de cerezas, bañarse en el arrollo que cerca estaba, mirar un cielo sin nubes y caminar descalza y desnuda por la húmeda tierra.

Un día a la hora del ángelus, se fue a conocer el bosque de cerezos de esa maravillosa creación natural, era muy fácil llegar y como era la hora del almuerzo estaría totalmente sola.
Su impresión ante aquel campo de belleza, armónicamente creada por la naturaleza fue un impacto a sus ojos.
Corrió, observo todo, camino descalza y en una cesta de mimbre tomo cuantas cerezas pudo y lleno el cesto y salio en veloz carrera.

Esto se convirtió en su apasionante y maravillosa rutina, siempre a la hora del ángelus, entraba y robaba cerezas del color de sus labios gruesos y sedientos de cerezas.