martes, 23 de septiembre de 2014

La selva amazónica me atrapo

Esta fue mi historia
El estupor ha dado paso al miedo y a la desesperación, que lentamente se apodera de mi, y me hace sentir culpable. No entiendo porque me he dejado arrastrar a esta experiencia, no entiendo porque mi atracción hacia los abismos abismales.
Mi atención retumba contra la soga del muerto, sintiendo como con cada latido del desbarrancado corazón, se separan las placas interiores que me daban estabilidad, aterrorizadas por el terremoto que ha explotado ante la presencia del Dios vegetal. Mi garganta se congela con el aire que entra a raudales por mi boca extendida, la cual se abre paso para dar paso a todos los seres de la selva amazónica, a los del mundo de arriba, del medio y del inframundo, por los que los guacharos aprovechan el pasadizo que he abierto y se precipitan veloces, conocedores de las geografías psíquicas que conectan mi país con las aguas vomitadas del Orinoco.

Vamos todos juntos, en caída río abajo, incapaces sino de tomar un solo aliento que sabe a limones fermentados mezclados con barro espeso, escamas de dragón del diablo y orquídeas negras apelmazadas, al tiempo que de mis pies brotan raíces estremecidas que se avalanchas hacia fuera, otean el aire y continúan su frenético retorcimiento inyectándose hacia los confines de la tierra, que las reciben con un abrazo efervescente de fuego, aupandolas a sumergirse en el magna tortuoso que la conforma, allá lejos, luego de dejar atrás las capas multicolores de cuarzo y estalactitas, el vaho de azufre y oro negro, perfumes preferidos de estas profundidades del alma. Estas raíces continúan prolongándose por mis pies...y yo al final me entrego.



(Arreaza, 2006)
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